En los últimos tiempos, Colombia ha presenciado un fenómeno poco común en el panorama futbolístico mundial: clubes históricos y tradicionales de la máxima categoría del fútbol nacional han caído a la segunda división y, a pesar del paso de los años, no han logrado regresar a la élite.
Además del caso emblemático del América de Cali, cuatro veces subcampeón de la Copa Libertadores, también se encuentran en esta situación clubes como el Deportivo Pereira, el Atlético Bucaramanga y el Unión Magdalena. Sin embargo, no se destacan equipos como el Deportes Quindío o el Real Cartagena, ya que, aunque han sido animadores ocasionales del torneo de la A, no son miembros fundadores, por lo que no cuentan con los privilegios de los clubes antes mencionados.
Es válido preguntarse: ¿el nivel de la B es tan competitivo que estos “grandes” del fútbol colombiano, a pesar de todos los recursos y esfuerzos, no han podido lograr el ascenso? O, por el contrario, ¿existen intereses ocultos que frenan deliberadamente el regreso de estos equipos a la máxima categoría?
Un análisis profundo de esta situación revela que el segundo cuestionamiento parece acercarse más a la realidad. Pero surge otra inquietud lógica: ¿por qué un club de fútbol querría permanecer en una división inferior? A continuación, exploraré las razones que me llevan a pensar que para algunos clubes, la segunda división representa una suerte de “zona de confort” que no encuentran en la élite del fútbol colombiano.
Lo primero que es necesario aclarar es que no se cuestiona el esfuerzo de jugadores y cuerpo técnico en el terreno de juego. Sin embargo, los directivos de estos clubes no parecen conformar plantillas ni equipos técnicos realmente competitivos para garantizar el ascenso. Si este ocurre, se percibe más como una hazaña que como el resultado de una planeación estratégica adecuada.
Un aspecto crucial es el conjunto de beneficios que disfrutan los equipos miembros fundadores de la Dimayor, incluso cuando permanecen en la B. Estos privilegios incluyen boletos aéreos (que el resto de equipos de la segunda división no reciben) y mayores ingresos por derechos televisivos. En el caso del América de Cali, se implementó una estrategia para transmitir sus partidos siempre que fuera posible, excepto en estadios con limitaciones tecnológicas o de infraestructura, aprovechando la ventana televisiva de los lunes por la noche en el torneo de ascenso.
Este panorama también tiene implicaciones económicas. Los costos operativos en la segunda división son considerablemente menores que en la primera. Desde logística hasta publicidad, los gastos son más reducidos, y la presión mediática se limita generalmente a medios locales. Estas condiciones permiten a los clubes operar con mayor margen de maniobra económica, lo que podría desalentar su interés en competir por un ascenso que implicaría mayores responsabilidades financieras.
Sin embargo, no todo está perdido. La pasión por el fútbol en Colombia sigue siendo inmensa, y este fenómeno podría revertirse con cambios estructurales en el sistema. Propuestas como la de Eduardo Pimentel, que plantea retirar los beneficios de miembros fundadores a los equipos que permanezcan más de cuatro años en la B, podrían ser un incentivo para revitalizar el fútbol nacional y restablecer su gloria perdida.
Mientras tanto, los efectos de este estancamiento son evidentes. El espectáculo del fútbol colombiano ha disminuido, los clásicos históricos se desvanecen en el recuerdo, y los estadios se vacían en la primera división, ocupados por equipos que, aunque llegan por méritos propios, no generan la misma conexión emocional con los aficionados.
Un ejemplo que ilustra esta decadencia ocurrió en la sexta fecha de la Liga Águila 2015-II, cuando el Atlético Huila, actuando como local en el estadio Centenario de Armenia, recibió a Alianza Petrolera. Solo dos aficionados asistieron al partido, generando una recaudación de apenas 40.000 pesos, mientras que el alquiler del estadio costó 26 millones de pesos.
El fútbol colombiano necesita medidas urgentes para recuperar su brillo. ¿Qué más hermoso que volver a vivir clásicos como América vs Cali o Junior vs Unión Magdalena en cuadrangulares finales, con estadios llenos y una atmósfera vibrante? Por ahora, solo queda esperar que propuestas como la de Pimentel prosperen y que los intereses económicos no sigan primando sobre los deportivos. Es hora de devolver la grandeza al fútbol colombiano y revivir la pasión que alguna vez unió a los hinchas en las buenas, las malas y las peores.






